ESE ROSTRO…

Ese rostro,
esa cara que se da al mundo,
que manifiesta tu esencia,
al besar, al hablar, al mirar…

Ese rostro
que el tiempo va dibujando
con líneas que te hacen única,
grabando en tu expresión
lo que has reído,
lo que has llorado,
los disgustos, los fracasos,
los besos regalados,
las preocupaciones
y todo lo que te ha asombrado.

Ese rostro
que en el espejo cada mañana
te sonríe dándote ánimo,
que despiertas con agua fría,
que te dice que sí puedes
y que, cuando te sacas el espanto
que la almohada deja
en tu cabello alborotado,
te dice que estas lista
para el día y todos sus arrebatos.

🍂
Aquí estoy, descansando mi cuerpo luego de una cirugía programada, algo complicada, a la que fui con gran incertidumbre pero confiada y que ha salido maravillosamente bien. Dos días antes tuve un sueño, premonitorio, en esta ocasión con buenas noticias, me vi recién operada, me vi serena y contenta con mi jersey amarillo, fue muy real, tanto que me convencí de que era un aviso para que estuviera tranquila, un regalo divino.

Estoy tan agradecida por encontrarme en el lugar donde debía ocurrir, por el maravilloso equipo de médicos que me esta tratando del Hospital de Bellvitge, por la atención tan especial y cálida del personal hospitalario, por sus instalaciones impresionantes, por ese personal de enfermería que me cuidó.

Mi sonrisa se fugó con la luna llena de ese día, dejándome dicho que pronto regresará; debo sanar y tener paciencia, poco a poco mi rostro volverá, mientras tanto me trataré con amor y con todos los abrazos de mis seres queridos. Mi rostro volverá, no igual, otros trazos en su lienzo se han dibujado, pero yo seguiré siendo la misma.

MI FLOR DE LIS

Quisiera yo saltar
a las profundidades
de tu inmaculada
y seductora intimidad,
beberte hasta saciarme
embriagarme todo de ti.

Impregnarme
del éxtasis de tu fragancia,
que todos sepan que estuve allí,
que tus pétalos me abracen
y no me dejen ir.

Sé tu mi flor,
mi inspiradora flor de lis,
yo seré tu insaciable colibrí,
amante lleno de codicia,
ávido de ti.

SE HA ESCAPADO

Se ha escapado mi sombra,
el viento con gran descaro
se la ha llevado lejos de mi,
enamorados y presurosos
no saben a donde ir,
la noche con su encanto
los cubre con su manto
para que vivan
lo que tengan que vivir.

Amantes sin recato,
entre brisas y tornados
se embriagan sin medir.

Mañana cuando regrese a mí
con el sol tenue de la tarde,
volverá llena de alarde
contándome todo el frenesí.

Mi sombra sabe bien vivir.

ANDURIÑA MIA

Hoy al ver esa fotografía en el rincón de los recuerdos me he percatado de algo que nunca antes había pensado. Hacían ya 9 años de haberte ido con una pequeña maleta, el alma henchida de ansias, la piel llena de vida y una mente ávida de todo; la moda apenas existía en tu vida, sin embargo decían que lucías esplendorosa aquel día. Todos tus sentidos sedientos de deseos cercados por las carencias y los miedos. Te fuiste para encontrar una vida lejos de la miseria y tiempo después regresabas victoriosa.

Estamos en el aeropuerto, año 1963 y un amigo hace la captura justo antes de anunciar el vuelo a Madrid. Estás muy elegante con tu cabello negro y peinado estructurado, traje de dos piezas gris en tela príncipe de gales, chaqueta tipo chaleco de tres botones sobre una blusa blanca de crepé de seda con lazada, falda de corte recto a media pierna y zapatillas negras de tacón. El sol nos daba en la cara y tratábamos de sonreír. Mi hermano de 6 años con traje a cuadros de tonos oscuros; papá con pantalón de vestir, camisa blanca y corbata; el pequeño de la casa de 9 meses en tus brazos vestido de impoluto blanco; yo de 7 años con el cabello en media cola adornado con un tocado blanco, vestida con jumper a cuadros escoceses y blusa blanca, sonriendo y haciéndole un guiño al sol. Papá nos acompañaría hasta Caracas para ayudarte con los trámites. Estaríamos separados 1 año hasta decidir si haríamos cambio de residencia.

Lo que más me sorprende de esa fotografía mamá, es tu edad, apenas 28 años y ya tenías 3 hijos y tan solo 9 años de haber llegado a Venezuela, en barco viajando en tercera clase. Hoy puedo imaginar aquella larga travesía, gota a gota te tragaste el Atlántico y su inmensidad con todos tus miedos; no sé si la luna se vistió entonces de plenilunio o si  oculta cuidaba la nocturna travesía de aquel barco lleno de almas llamado Castel Bianco; no, no puedo imaginar lo que pensabas en medio de aquella inmensidad que  estremecía; gota a gota te alejaba de la tierra de las penurias, de los imposibles y te acercaba a la tierra de los sueños; te tragabas tus lágrimas porque dejabas a tus hermanos; llorabas por tu madre que veía como sus hijos buscaban nuevos horizontes de esperanza; tus hermanas  extrañando las osadías de Eulalia, la primera en marcharse y ya te extrañaban a ti sin aún haberte ido, y es que, días previos tu mente allí ya no estaba. Nerviosa, alegre y triste a la vez, mas callada que de costumbre, tu canto no salía por ese nudo que llevabas puesto en la garganta. Miedos y sueños a gusto danzaban en tu panza, mariposas y vacío, mezcla de emociones te embargaban en aquellas noches que descontabas; el canto del Atlántico, arrullo en días de mar serena, ahora se escuchaba ansioso, misterioso, repleto de todo.

Puedo imaginar tu arrojo vestido de timidez, tu valentía aflorando tras cada milla náutica que te alejaba de la tristeza y te acercaba a la esperanza. Eras intuitiva a pesar de tus  pocos años, eso te hacia vencer los temores que te asaltaban, sabías que era el camino, tu voz interior, la meiga que te habitaba, te lo decía. Eulalia te describía aquel lugar, te esperaba ansiosa de mostrarte tanto: dos ríos  inmensos que se unían allí con extraordinario arrebato, aquella selva amazónica excesiva, verde a rabiar, morichales y chaparrales alzándose sobre  sabanas inmensas, pájaros de mil colores. Allá donde el oro y el hierro afloraban del suelo, donde la sarrapia, el oro de las especies, abundaba bajo el cielo azul. Te contaba en sus cartas nombres que apenas podías pronunciar: Caroní, Orinoco, cipote, cayapa, piaroas, El Callao, parchita, cuaima, guacamayo, tucán, paují; ella no paraba para entusiasmarte y tú, sin entender palabra igual te emocionabas.

Y llegaste, arribaste una mañana de sol al Puerto de la Guaira con el mecer del océano y el mar Caribe aún en tus pisadas, mirando con asombro aquellos cerros llenos de esplendor que se fundían con las aguas de turquesa asombroso, la algarabía del trópico te envolvía, te aturdía y al mismo tiempo te sacaba sonrisas. Te esperaban para hacer una travesía por caminos de asfalto que serpenteaban entre sabanas y selva, hacia el sur, en la amazonia venezolana; te esperaban con abrazos de abundancia, cielos azules y cascadas. Ahora, nueve años después, regresabas,  viendo el Atlántico desde el cielo a través de las nubes antes de que el avión alcanzara la noche; y en esta ocasión, en tan solo horas estarías en tu tierra natal; volvías radiante, colmada de América y sus cosas, cargada de maletas con regalos y 3 niños. Regresabas exitosa, hablando diferente, distinta, y a pesar de tu sencillez, tu elegancia desbordada, tu belleza sorprendía. En el pueblo fueron días de cotilleo hasta que se acostumbraron de nuevo a verte caminar por aquellas calzadas de piedra, con tus pantalones pitillo, zapatillas, vestida glamorosamente de colores cálidos, en un lugar donde apenas las alegrías florecían con timidez.

Un año, que desde mi niñez viví con alegría inusitada, rodeada de primos y amiguitos nuevos, sintiendo el sol y sus cambios, correteando por senderos bajo la sombra de pinos gigantes recogiendo piñas, jugando entre las peñas conociendo los secretos del océano, viviendo las fiestas del Monte Santa Tecla y la inolvidable matanza del cerdo, el olor de los chorizos ahumados que me enloquecía, los mejillones que me maravillaban y nunca me saciaban. Las risas con tus hermanas, las largas conversaciones con la abuela, el desfile de visitas y el duro escrutinio de tus tres tías, vestidas de riguroso negro. Pudimos quedarnos para siempre, éramos felices, pero el resentimiento una mañana surgió de pronto, de la nada como un volcán en erupción lanzó nuestro equipaje por la escalera con improperios y maldiciones; nos echaron,  te habías convertido en una extraña. El océano de nuevo te vio pasar, ahora con dolor, tristeza, rabia, a seguir tu vida en la América que sí te extrañaba; y se hizo el silencio,  43 años sin perdón fue la distancia que separó ambas orillas hasta que decidiste volver para sanar heridas, con abrazos sin rencor borraste aquella incomprensible distancia que el orgullo y la inmadurez, de ambos lados, trazó, acercando de nuevo origen y destino de almas que siempre migran, anduriña mía.

Yo con 7 años en el aeropuerto Grano de oro de Maracaibo, Venezuela – año 1963

Anduriña: nombre de mujer, de origen gallego, que significa «golondrina».

SOY

Soy como ese árbol
en el asombro del otoño,
de belleza discreta
formando parte del entorno.

El viento de los años
como hojas,
se va llevando una a una,
la tersura de mi piel
y las caricias recibidas,
la elocuencia y algarabía
de mis palabras,
ahora mas pausadas,
mas sabias,
el rojo pasión de mi frenesí
ahora matizado
en intenso vino consagrado
de los besos en mis labios,
el arrebato de mi mirada
llena de misterios
y secretos sonrojados.

Soy ahora paleta
que se hace impresionismo puro
en el atardecer de mis años,
intensa, sin líneas definidas,
solo colores superpuestos
rojos, naranjas, ocres, verde musgo,
en el paisaje tornasol de mis años.

SECUENCIA DE UNA ESCENA VERANIEGA

Comienzo a vestirme y no soporto el bochorno de estos días de verano, hoy me saldré un poco de la rutina, he quedado con unas compañeras de la universidad que vienen de visita a Barcelona y me emociona volver abrazarlas, a una de ellas hace más de 38 años que no la veo. Salgo de casa un poco más arreglada que de costumbre y tomo el camino de cada día, con la diferencia que debo desviarme porque hoy no tenemos trenes, así que debo hacer una parte de trayecto en autocar con todas sus implicaciones. Mal día para andar de sandalias con tacón y con un poco de maquillaje, siento, aun caminando en la sombra, que la humedad se va adueñando de mí y mi paciencia. Como es de esperar hay colapso en la parada, demasiada improvisación, no hay horarios por eso he tenido que salir 3 horas antes del encuentro. Me detengo suspiro y tomo agua de mi botella congelada que en menos de 7 min ha comenzado su deshielo, qué bochorno. Diez minutos esperando escuchando la misma cantaleta.

– Destino Barcelona será el próximo en llegar, no tenemos horario definido – y yo inspiro cerrando los ojos y siento que me sudan hasta las pestañas, la máscara y el delineador de ojos no es recomendable en estos días si no quieres parecer que llevas un antifaz.

Subo al autocar y al menos el aire acondicionado funciona, será un trayecto de 20 min hasta la estación del tren en Molins de Rei, suelto el teléfono porque cada vez que toma una rotonda mi estómago se quiere salir. Vuelvo a respirar y cierro los ojos obligándome a pensar en otra cosa. Primer tramo concluido, nos dejan a 100 mts de la estación, en subida y son las 11 am, voy a buen tiempo con la suerte de que paso la tarjeta y llega el tren que ira de regreso a Barcelona, lo abordo y sonrío, el aire acondicionado también funciona. Me tomara 20 min llegar a Plaza Cataluña así que disfruto el trayecto relajada.
La Plaza está tomada por turistas los residentes han huido esta semana de la ciudad, ríos de gente que vienen y van, camino sin mirarlos a los ojos, si lo hago pierdo y seré yo la que se tenga que apartar. Debo llegar a Paseo de Gracia y tomar la línea 5 del Metro. A pesar de ser festivo las tiendas están abiertas pero la verdad no me apetece entrar a ninguna. Tomo el metro y me bajo en Sagrada Familia, esta zona tan familiar para mí, me encanta y siempre me muestra alguna sorpresa, veo el templo y sus avances pero rápidamente me alejo del tumulto en dirección a la Av. Gaudí, estoy a 200 metros de mi destino y con una hora por delante para nuestro encuentro, así que hago una pausa y entro en una heladería. Saco mi abanico, el teléfono y espero con desesperación mi granizado de limón. Barcelona y su bochorno veraniego me pueden, pero el encuentro merece todo este periplo e incomodidad, me repondré, me refrescare y estaré lista para los abrazos, las risas y el golpe de tambor de los recuerdos que sacara alguna lágrima de nostalgia. Cuatro venezolanas lejos de su tierra, migrantes todas, arquitectos, madres, una sola que se estrena como abuela, será una larga tarde de tertulia que apenas comienza.

-Si us plau, nos traes unas patatas bravas, calamares rebozados, pimientos de padrón, de entrada, una paella del Señorito para 4, y de tomar una sangría y tres claras.

Día 16 Un mes de escritura
Describe un paseo, un trayecto, en movimiento.

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

-¿Qué ha pasado? – Pregunté a la vecina del 4to que se veía muy angustiada, la pobre apenas podía articular palabra.

-Ha concretado su amenaza- ahogando su llanto.

-¿Quién? – mientras buscaba con la mirada alguna respuesta.

De inmediato observé que la puerta de acceso a la planta baja del edificio estaba bloqueada con un precinto de esos que te hacen suponer lo peor.  Evidentemente de ella, dado su estado de perplejidad absoluta, no obtendría más información, así que regresé al estacionamiento donde los demás vecinos comenzaban a agruparse. Me acerqué para poder enterarme, pero el silencio reinaba en los presentes por lo que tuve que preguntar de qué se trataba.

-¿Cómo ha sido? – con suerte me dirán el nombre de la víctima, del victimario y el tipo de delito en una sola respuesta, ya comenzaba yo a impacientarme. De todos, solo vi a Eduardo, mi vecino más guapo y simpático dispuesto a conversar.

-Elena no merecía acabar así, la ahogó en la bañera, quizás mientras ella disfrutaba de un momento de relax escuchando su música preferida, seguro no lo vio venir.

Entonces comprendí, que había sido Manuel y que pronto bajarían mi cuerpo.

Día 3 Un mes de escritura

MIS IMPRESCINDIBLES

Querida amiga, estas son las cosas que me gustaría trajeras de mi casa, bien sabes que salí de allí pensando que en mes y medio regresaría para dejarla sin recuerdos antes de mi marcha definitiva del país, pero el destino quiso otra cosa y ya son 4 años que estoy fuera quedando todo lo que la habita en soledad. Si puedes, y está a tu alcance, me gustaría que hicieras dos cosas, traerme una maleta con mis imprescindibles en este viaje y armar unas cajas con lo que quiero siga en mi vida, ya sabes, cosas con más valor sentimental que material; pienso que si lo hago de esa manera será más fácil cerrar ese capítulo de mi vida. Tú que me conoces, sabes de lo que hablo. Te hare una lista y lo organizas como creas que sea más conveniente.

-El chinchorro amarillo que cuelga en la terraza debajo de las pérgolas adornadas por buganvidias, mi lugar de descanso y lectura preferido, donde meditaba y conseguía paz cuando más atribulada me sentía, si puedes tráeme un poquito del aroma de los nardos y el sonido de mis móviles de arcilla.

-De los móviles quiero el de hojas de arcilla multicolor, tienes que envolverlo con mucho mimo, ya sabes que es muy frágil.

-Del comedor las copas de cristal que me dejó Carmencita, esas tienen que seguir en mi vida para sentir que ella me acompaña en cada ocasión especial; me recuerdan días bonitos de mi niñez al mirarlas con asombro cuando el sol tocaba la vitrina dejándome ver el arco iris al alcance de mi mano. Los cubiertos de plata que me regalo mamá y el cuadro de la Guajira que siempre nos miraba (ella guarda un registro de todos los hermosos momentos vividos en ese comedor), el mantel beige bordado con hilos dorados que me regalaron del Líbano.

-De la cocina, mis libros, los que compre en cada viaje, el juego de bronce para servir el café árabe que compró mi papa, el boceto original de Aldo Storey de las ventanas de mi Maracaibo.

-Del salón, el tapiz que compre en Puno, mis cajas de madera, la lámpara Tiffany, el centro de mesa de cerámica y el juego de bronce hindú para incienso que me regalo Tiita, (la campana creo esta en mi habitación); todas las acuarelas de mi tierra y los cuadros de Henry. Los tres álbumes de fotografias de mis hijos cuando eran pequeños y la caja de arabescos con todo lo que tiene dentro.

Uff, sabes qué amiga, no puedo seguir; se me han removido todos los recuerdos recorriendo los lugares de mi casa. Otro día te escribo, creía que dolería menos, pero Baalbek y sus rincones siguen habitando en mi corazón. Quiero sus palmeras gigantes, la colas de pez y los pájaros que a ellas venían mañana y tarde, quiero sus flores con todos sus aromas, quiero mis gatitos que en paz descansan en ella, quiero las tertulias en aquella terraza, las noches de copas a la luz de la luna, quiero que me traigas mis amigos y sus risas, las andanzas de mis hijos mientras en ella crecían, quiero todo amiga mía, tu sabes a lo que me refiero hermana de la vida.

Te quiero,
Yo.

UN COCO EN LA CARRETERA

Me acuerdo que ese día, después de aquello, olvidé por completo lo que creí era importante hasta ese momento; de pronto todo cambiaba de orden, las horas con sus urgencias, la rutina cronológica en la que estaba inmersa para que todo funcionara; en un segundo, el armario de mi vida cambio de orden todas sus gavetas, algunas incluso desaparecieron ante el susto y el inminente posible desenlace.

Aquella tarde cinco  horas de carretera tenía por delante con el sol instalado en mi parabrisas, luego de pasar cuatro maravillosos días de descanso. Ese lugar tenía eso, desconectabas por completo, los horarios se quedaban colgados en los percheros y te vestías de desenfado;  el todo incluido se encargaba de saciar el apetito de mis querubines las 24 horas del día, adoraba esas pulseritas en sus pequeñas muñecas que me liberaban, estuviéramos en la piscina o en la playa, el servicio de hamburguesas, perros calientes, helados, era barra libre, incluyendo mis margaritas y piñas coladas. La habitación espaciosa con sala de estar incluida lucía hermosamente desordenada. Los letreritos en las puertas de sus habitaciones de “arregla tu habitación”, “la desidia te habita”, “zona de desequilibrio por desorden según el feng shui”, etc, aquí no hacían falta. Alguien vendría del hotel a arreglarla. 

Eran días de verdadero descanso; los baños de mar en las aguas turquesas del Caribe, la arena blanca de los callos, el azul del cielo, las palmeras bailando se convertían en mi paraíso. Ser madre de tres y profesional en libre ejercicio no me daba mucha pausa para desconectar. Siempre iba a mil por hora; la adolescencia amenazante de dos de los tres también me mantenía a tope. Llegaba a ese lugar, estacionaba y no volvía al coche hasta el día de regreso, soltaba las llaves y con ellas todos los horarios y las obligaciones.

Como todo lo bueno tiende a hacerse corto, el día de regresar llegó muy pronto; salimos de Tucacas al mediodía, me encantaba manejar en carretera, al no ser temporada alta había poco tráfico hasta llegar a Dabajuro donde hacíamos la parada obligada para el café, combustible y otros asuntos; relajar un poco los músculos y estirar las piernas. Aún faltaba hora y media de trayecto antes de divisar nuestro hermoso puente sobre el lago, que nos avisaba que estábamos ya en nuestra amada ciudad. 

A 10 min de salir de Dabajuro me disponía a adelantar un vehículo y  en plena sobre marcha  inesperadamente éste se fue al canal derecho dejándome la vía libre, pero ya era muy tarde, su maniobra había disparado hacia debajo de mi coche un coco solitario rebotando hasta que tropezó con la rueda trasera del lado del piloto haciéndola saltar; el coche se descontrolo, yo trataba de mantenerlo dentro de la carretera sosteniendo con todas mis fuerzas el volante mientras todos gritaban, milagrosamente no había vehículos en la circulando, inexplicablemente habían desaparecido todos; sabía que no debía frenar para evitar un volcamiento, pero las fuerzas me abandonaban. Sentí que el tiempo pasaba lento, que el momento se eternizaba y que no podría evitar salirnos de la carretera; entonces la imagen del padre de mis hijos vino a mi haciéndome reaccionar girando el volante todo lo que me daba; el coche empezó a dar vueltas sobre sí mismo hasta que se detuvo apagándose, quedando en sentido contrario a como nos desplazábamos. Cuando levanté la mirada, venía un coche que aparentemente vió todo el percance, se detuvo ayudándonos a orillar el vehículo. Las piernas no me daban cuando logré bajarme, caí arrodillada llorando.

Esa noche, ya en casa, no dejaba de llorar de pensar lo que pudo haber pasado, estuve tan cerca de quizás no contarlo que todo lo demás dejo de importar. Ese coco jamás pude olvidarlo y cada vez que veo a alguno de sus parientes mal puesto por ahí parece que se me incorporara un espanto automático. Algo de asesinos tienen los malayos.